No pudimos decir adiós.
De pronto, tu olvido llegó con la velocidad
con la que suelen llegar las malas noticias
sin llegar a ser algo precisas/ pero sin dejar de ser inesperadas
Esa dichosa oportunidad
por donde resalta la última sonrisa del amor...
los parques,
las ventanas,
los distritos que invadimos en nuestro récord de distancia.
Piedras que ahora flotan en un estanque sin peces,
en la guerra sucia que es el recordar.
No supimos decir adiós.
Nuestras escuchimizadas siluetas
se disolvieron en la longevidad del desamparo,
en abrazos dentro del azar de la indiferencia,
y el tiempo liberó a los mamíferos de tu mirada,
y los besos en la frente se convirtieron
en espejismos rotos por una vaga ilusión.
Porque las botellas de vino parecen clamar aun
la abadía de tus labios,
he decidido encarcelar al búho
bajo la ceguera polvorienta del recuerdo,
colgar mis cuerdas vocales
al ras de tu fotografía.
Ya que como podrás darte cuenta extraño delirio,
la locura la he ocultado tras mis pasos.
Y como nunca aprendimos a decir adiós,
hoy dejo a mis entrañas embriagarse de tinta,
a mis ojos,
bailar al compás de la incertidumbre.
Porque como todo sueño que delira dentro de una realidad,
he aprendido a asesinar las primeras letras de tu nombre,
las insignias,
los escapularios.
Porque tengo la certeza que de aquí en a delante
ya nada será igual sin ti;
y sé también
que a pesar de eso,
no estuvo tan mal no decir: adiós.
sábado, 1 de noviembre de 2008
No pudimos decir: adiós
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